jueves, 25 de julio de 2013

UNA ROSA PARA TÍ




Deja que vuelen tus sueños por los caminos,
sin prisa...

Deja que luego reposen en mis prados
de caricias.

Deja que coja una rosa, para encender
tu sonrisa y al acercarla a tus labios 
se convierta sólo en brisa…

Que abanique mis deseos, que se encienden
muy deprisa…

Y así pasará la tarde en ilusiones
prendida, sin tiempos que la limiten… 
como un caballo sin bridas.

M.c.m.


martes, 23 de julio de 2013

La leyenda de la Flor del Ceibo



Según cuenta la leyenda la flor del ceibo nació cuando Anahí fue condenada a morir en la hoguera, después de un cruento combate entre su tribu y los guaraníes. 
Por entre los árboles de la selva nativa corría Anahí. Conocía todos los rincones de la espesura, todos los pájaros que la poblaban, todas las flores. Amaba con pasión aquel suelo feraz, silvestre, que bañaban las aguas oscuras del río barroso. 
Y Anahí cantaba feliz en sus bosques, con una voz dulcísima, en tanto callaban los pájaros para escucharla. Subía al cielo la voz de la indiecita, y el rumor del río que iba a perderse en las islas hasta desembocar en el ancho estuario, la acompañaba. 
Nadie recordaba entonces que Anahí tenía un rostro poco agraciado, tanta era la belleza de su canto. Pero un día resonó en la selva un rumor más violento que el del río, más poderoso que el de las cataratas que allá hacia el norte estremecían el aire. Retumbó en la espesura el ruido de las armas y hombres extraños de piel blanca remontaron las aguas y se internaron en la selva. 
La tribu de Anahí se defendió contra los invasores. Ella, junto a los suyos, luchó contra el más bravo. Nadie hubiera sospechado tanta fiereza en su cuerpecito moreno, tan pequeño. 
Vio caer a sus seres queridos y esto le dio fuerzas para seguir luchando, para tratar de impedir que aquellos extranjeros se adueñaran de su selva, de sus pájaros, de su río. 
Un día, en el momento en que Anahí se disponía a volver a su refugio, fue apresada por dos soldados enemigos. Inútiles fueron sus esfuerzos por librarse aunque era ágil. La llevaron al campamento y la ataron a un poste, para impedir que huyera. 
Pero Anahí, con maña natural, rompió sus ligaduras, y valiéndose de la oscuridad de la noche, logró dar muerte al centinela. Después intentó buscar un escondite entre sus árboles amados, pero no pudo llegar muy lejos. 
Sus enemigos la persiguieron y la pequeña Anahí volvió a caer en sus manos. La juzgaron con severidad: Anahí, culpable de haber matado a un soldado, debía morir en la hoguera. Y la sentencia se cumplió. 
La indiecita fue atada a un árbol de anchas hojas y a sus pies apilaron leña, a la que dieron fuego. las llamas subieron rápidamente envolviendo el tronco del árbol y el frágil cuerpo de Anahí, que pareció también una roja llamarada. 
Ante el asombro de los que contemplaban la escena, Anahí comenzó de pronto a cantar. Era como una invocación a su selva, a su tierra, a la que entregaba su corazón antes de morir. Su voz dulcísima estremeció a la noche, y la luz del nuevo día pareció responder a su llamado. 
Con los primeros rayos del sol, se apagaron las llamas que envolvían Anahí. Entonces, los rudos soldados que la habían sentenciado quedaron mudos y paralizados. 
El cuerpo moreno de la indiecita se había transformado en un manojo de flores, rojas como las llamas que la envolvieron, hermosas como no había sido nunca la pequeña, maravillosas como su corazón apasionadamente enamorado de su tierra, adornando el árbol que la había sostenido. 
Así nació el ceibo, la rara flor encarnada que ilumina los bosques de la mesopotamia argentina. 
La flor del ceibo que encarna el alma pura y altiva de una raza que ya no existe. 
Fue declarada Flor Nacional Argentina, por Decreto N°138.974 del 2 de diciembre de 1942. Su color rojo escarlata es el símbolo de la fecundidad de Argentina.




La flor del ceibo (Leyenda)

Ya le tienen la pira preparada,
cruel y severa su sentencia ha sido;
prefirió la muerte antes que el olvido
rompiendo el silencio al árbol atada.


Se oye su voz tras roja llamarada
de Anahí sube un canto estremecido
y en dolor la selva ha reconocido
el corazón de su más dulce hada.


Los enemigos miran con sorpresa
a la mañana, sobre la ceniza
convertido su cuerpo en roja flor.


Así la tierra a su modo la besa;
a ella, ya que su encanto la hipnotiza,
correspondiendo así su puro amor.

Poema escrito por Miguel Ángel.

M.c.m.


lunes, 8 de julio de 2013

La leyenda del Jacarandá


En la provincia argentina de Corrientes nació esta leyenda en torno al jacarandá (Jacaranda mimosifolia), árbol de bellas flores...

Cuando los españoles comenzaron a poblar Corrientes, trayendo consigo a sus familias, vino a habitar este suelo un caballero que traía consigo a su hija. Una bella jovencita de escasos dieciséis años, de tez blanca, ojos azul oscuro y negra cabellera. Se instalaron en una zona no muy retirada de la ciudad de las Siete Corrientes, en una reducción donde los jesuitas cumplían su misión evangelizadora y civilizadora, enseñando no sólo el amor a Cristo sino también a cultivar la tierra a los guaraníes.
Entre los jóvenes de esa reducción se distinguía Mbareté, un mocetón
veinteañero alto y fornido, que trabajaba la tierra con tesón, como queriendo arrancar de sus entrañas toda su riqueza y sus secretos.
Una tarde en que Pilar -la joven española- salió a caminar en compañía de una doncella que la servía, vio a Mbareté y fue verlo y prendarse de su apostura. El indio también la observó con disimulo al principio, con desenfado después, y admiró su blanca piel, su negro cabello y el color de sus ojos.
El encuentro fue fugaz. Tan sólo intercambiaron una mirada. Pero Mbareté la siguió con la vista hasta que la joven desapareció entre unos arbustos. El indio buscó la forma de que el jesuita le asignara tareas cerca de las casas y, en silencio, hurgaba por cuanta abertura había, para poder ubicar a la joven.
Pilar, entre tanto, no podía borrar de su retina la imagen del joven aborigen. No podía olvidar lo hermoso que le pareció con su torso desnudo, cubierto de gotas de sudor que le parecían chispas del sol que se le pegaban al cuerpo, al estar realizando su rudo trabajo.
No pasó mucho tiempo y un día Pilar y Mbareté se encontraron. Esta vez las miradas fueron largas y profundas. Tan profundas que -sin palabras- se adentraron en el espíritu de ambos, mutuamente.
Mbareté pidió ál sacerdote que los instruía que le enseñara el castellano. Y aprendió rápido todas aquellas palabras que le sirvieran para expresarle a
Pilar que la amaba desde el primer día en que se conocieron. Y buscó la forma de encontrarla a solas y poder hablarle. Y esa oportunidad la tuvo el día en que halló a la joven rodeada de indiecitos a quienes les enseñaba el catecismo. El joven se acercó al grupo y sin musitar palabra permaneció observándola hasta que los niños se fueron.
Entonces, Mbareté caminó junto a ella y, ante su asombro, le habló en español -balbuceante, al principio- para confesarle su amor. Pilar se ruborizó, se sintió confundida, quiso ocultar sus sentimientos, pero sus hermosos ojos azules y su cálida sonrisa la traicionaron y el joven pudo comprobar que era correspondido.
Los encuentros se repitieron. Mbareté le propuso huir juntos, lejos, donde su padre no pudiera encontrarlos. Le habló de construir una choza, junto al río, para ella y allí unir sus vidas. Pilar aceptó y, cuando la choza estuvo concluida, amparándose en las sombras de una noche en que Yasy les brindó su complicidad, escapó con su amado.
A la mañana siguiente, el caballero español buscó infructuosamente a su hija, hizo averiguaciones y alguien de la reducción le comentó que la habían visto frecuentemente en compañía de Mbareté y que éste también había
desaparecido.
Furioso, el padre convenció a varios compañeros para que lo ayudaran a
encontrar a la pareja y, fuertemente armados, comenzaron la búsqueda. Pasaron varios días hasta que descubrieron la choza junto al río. Sigilosamente, tomaron posiciones para observar a sus moradores. Así vieron llegar a Mbareté en su canoa, con el producto de su pesca, y vieron también salir a Pilar a recibirlo.
El padre de la joven no resistió la visión de la tierna escena de los amantes abrazados y salió de su escondite gritando el nombre de su hija y apuntando con su arma al indio. La joven vio el fuego del odio en los ojos de su padre y comprendió lo que cruzaba por su mente. Trató de evitarlo; de explicarle su actitud, pero el español siguió avanzando con el dedo en el disparador. Pilar se interpuso entre los dos hombres en el preciso instante en que la carga fue lanzada y cayó con el pecho teñido de rojo, fulminada por su propio padre. Al ver esto, Mbareté quedó atónito, tieso, sin atinar a defenderse. Fue entonces cuando otro disparo le dio en plena frente y el joven se desplomó sobre el cuerpo de su amada.
El padre, dolorido e indignado, no se acercó siquiera a los cuerpos yacentes e instó a sus compañeros a volver a la reducción. Esa noche, la imagen de su hija no pudo apartarse de su mente, y con las primeras luces del alba, inició el camino hacia el lugar donde tan tristemente terminara ese amor tan grande que motivó que los jóvenes se olvidaran de sus
diferencias de raza.
Cuando llegó a la choza, el español no halló restos de la tragedia y en el
lugar donde la tarde anterior yaciera la pareja -sin que existiera ningún
rastro de la sangre allí derramada- se erguía un hermoso árbol de tronco
fuerte, cubierto de flores azul oscuro que se mecían suavemente con la
brisa.
El hombre tardó en comprender que Dios había sentido misericordia de los enamorados y había convertido a Mbareté en ese árbol, y que los ojos de su hija lo miraban desde todas y cada una de las azules flores del jacarandá.



M.c.m.


Siembra y cuidado del GOJI BERRY


Guía de cómo hacer para germinar y obtener plantines de está hermosa y útil planta.

La planta de GOJI (Lycium barbarum) se adapta al calor intenso del verano y soporta muy bien las bajas temperaturas, lo cual la hace apta para todos los climas....

TEMPERATURA: 

Como pocas plantas, puede vivir en un rango de temperaturas que van desde los 40ºC hasta los 22ºC bajo cero. Igualmente nosotros la cuidamos del frío.

ÉPOCA DE SIEMBRA: 

Las semillas pueden sembrarse durante todo el año. La planta tarda 2 años en fructificar, contados en veranos (aunque en algunos lugares de clima cálido fructifican al primero). Sembrando las semillas antes o durante el verano, a la llegada de la época fría la planta tendrá un tamaño pequeño, pero al siguiente verano dará una flor pequeña (color violeta) y al año siguiente fructificará. El tiempo se cuenta según los veranos que atraviesa la planta. Por esa razón, sembrar las semillas en cualquier época del año significa ganancia de tiempo.

HIDRATACION DE LAS SEMILLAS: 

La noche previa a sembrarlas, colocar las semillas en un vaso con agua a temperatura ambiente y dejarlas toda la noche para que se hidraten, ya que de esta manera se acelera la germinación.

TIPO DE SUSTRATO: 

Las semillas deben sembrarse a medio centímetro de profundidad en un cajoncito, almácigo, bandeja, o maceta, preferiblemente en un sustrato compuesto por una tercera parte de arena, una tercera parte de tierra común y una tercera parte de humus de lombriz. Este último se vende en bolsitas, en viveros y supermercados, con el nombre de Lombricompuesto o Humus de Lombriz Californiana.

HUMEDAD: 

Es conveniente mantener este sustrato húmedo hasta que aparezcan los primeros brotes, lo cual puede hacerse introduciendo la maceta (o cajoncito o almácigo) en una bolsa de nylon transparente y cerrándola mediante un nudo flojo. Cada 2 días conviene abrir la bolsa para que se airee y no se formen hongos y controlar que la tierra permanezca húmeda o ir agregando agua de manera que nunca alcance a secarse. La tierra húmeda no debe cambiar de color, debe permanecer siempre oscura debido a la humedad.

RIEGO: 

Entre los 15 y los 20 días, aparecen los primeros brotes. En ese momento hay que quitar la bolsa y reducir bastante el riego, permitiendo al suelo secarse antes de volver a regar. Esto significa un riego de una sola vez por semana en invierno y de aproximadamente dos veces por semana en verano. Aún así, al regar no debe saturarse la tierra con agua. Si se regara a diario, tal como estamos acostumbrados a hacer con una gran cantidad de plantas en el verano, las hojas terminarían poniéndose amarillas y la planta muriendo, indefectiblemente. Un indicio de que estamos regando demasiado, es ver que las hojas se caen en la parte superior dejando el eje central como un tallo pelado. Puede resultarnos como ayuda, pensar que estamos cultivando cactus, aunque nada es más incierto, pero de esa manera no nos veremos tentados de regar. Es muy importante, tanto en exterior como en interior, que las plantas tengan buen drenaje y contengan mucha materia orgánica. Se recomienda no utilizar fertilizantes químicos. Es conveniente regarlas desde abajo. Si se las riega desde arriba, cuidar de no mojar las hojas.

TRASPLANTE: 

Cuando alcanzan 2 cm de altura, es el momento ideal para trasplantarlas. Si bien con la mayor parte de las plantas se aconseja trasplantarlas cuando alcanzan los 10 cm, la razón por la que se trasplanta el Goji a tan pequeña altura es que sus raíces son muy delicadas y conviene que estén cortas al momento del trasplante, para que el stress que les produce sea menor. Una planta que alcanzó los 15 cm, ya difícilmente sobreviva al trasplante, dado que sus raíces son largas y toman demasiado aire en el cambio. Se aconseja, sacar la raíz dentro del pan de tierra y no separarlas. Si 2 plantas se encuentran muy juntas en el almácigo, conviene trasplantarlas juntas a una misma maceta, de modo de no separar las raíces. Requerimiento de luz: Las plantas necesitan, al menos, 8 horas de luz de sol directa para desarrollarse plenamente. Si plantamos en interior y las sacamos al sol, debe tenerse la precaución de hacerlo progresivamente, comenzando con unas pocas horas antes de plantarlas en el exterior definitivamente o sacarlas durante todo el día en los periodos más soleados.

TIEMPO PARA LA FRUCTIFICACIÓN: 

Según el clima de la zona, el tipo de suelo y la mayor o menor cantidad de horas de sol, la planta fructificará entre el primero y el segundo año. En las zonas de clima frío lo hará recién al tercero. El Goji ha sido consumido en Asia durante siglos, e incluso es objeto de un festival anual que se celebra en la región china de Ningxia, y se le apoda happy berry debido a la sensación de bienestar a la cual se dice que induce.


M.c.m.


La leyenda de la flor Amancay


Alstroemerias o Amancay

La tribu Vuriloche, nombre que luego se deformó y dio denominación a la comarca, vivía cerca de Ten-Ten Mahuida, que hoy se conoce como Cerro Tronador.

En aquel entonces, el hijo del cacique era un joven llamado Quintral. No había muchacha en la región que no suspirara al mencionar sus actos de valentía, su físico vigoroso, su voz seductora. Pero a Quintral no le interesaban los halagos femeninos. Él amaba a una joven humilde llamada Amancay aunque estaba convencido de que su padre jamás lo dejaría desposarla. Lo que el joven guerrero no imaginaba es que Amancay también sentía por él un profundo amor.

Sin aviso, se declaró en la tribu una epidemia de fiebre. Quienes caían víctimas de la enfermedad deliraban hasta la muerte y nadie sabía cómo curarla. Los que permanecían sanos pensaban que se trataba de malos espíritus y comenzaron a alejarse de la aldea. En pocos días, Quintral también cayó. El cacique, que velaba junto a su hijo despreciando el peligro del contagio, lo escuchó murmurar, en pleno delirio, un nombre: “Amancay…”

No le llevó mucho averiguar quién era, y saber del amor secreto que sentían el uno por el otro.

Decidido a buscar para su hijo cualquier cosa que le devolviera la salud mandó a sus guerreros a traerla.

Pero Amancay ya no estaba en su casa. Se hallaba trepando penosamente el Ten-Ten Mahuida. La “machi”, la hechicera del pueblo, le había dicho que el único remedio capaz de bajar esa fiebre era una infusión, hecha con una flor amarilla que crecía solitaria en lo alto de la montaña.

Lastimándose manos y rodillas, Amancay alcanzó finalmente la cumbre y vio la flor abierta al sol.

Apenas la arrancó, una sombra enorme cubrió el suelo. Levantó los ojos y vio un gran cóndor, que se posó junto a ella levantando un viento terrible a cada golpe de sus alas. El ave le dijo con voz atronadora que él era el guardián de las cumbres y la acusó de tomar algo que pertenecía a los dioses.

Aterrada, Amancay le contó llorando lo que sucedía abajo, en el valle, donde Quintral agonizaba y que aquella flor era su única esperanza.

El cóndor le dijo que la cura llegaría a Quintral sólo si ella accedía a entregar su propio corazón. Amancay aceptó porque no imaginaba un mundo donde Quintral no estuviera y si tenía que entregar su vida a cambio, no le importaba. Dejó que el cóndor la envolviera en sus alas y le arrancara el corazón con el pico. En un suspiro donde se le iba la vida, Amancay pronunció el nombre de Quintral.

El cóndor tomó el corazón y la flor entre sus garras y se elevó, volando sobre el viento hasta la morada de los dioses. Mientras volaba, la sangre que goteaba no sólo manchó la flor sino que cayó sobre los valles y montañas. El cóndor pidió a los dioses la cura de aquella enfermedad, y que los hombres siempre recordaran el sacrificio de Amancay.

La “machi”, que aguardaba en su choza el regreso de la joven, mirando cada tanto hacia la montaña, supo que algo milagroso había pasado. Porque en un momento, las cumbres y valles se cubrieron de pequeñas flores amarillas moteadas de rojo.


Desde ese día, quien entrega una flor de Amancay regala su Corazón.



M.c.m.